La marcha de los mercados testimonia que la reunión del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, y el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Santiago Cafiero (ambos las figuras de mayor confianza de sus respectivos presidentes), no logró avances significativos para la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Préstamo del FMI
Los vencimientos de ese crédito son imposibles de afrontar. Y esto era obvio desde el comienzo. Realmente decir que el país se endeudó antes o después, más o menos, está fuera de lugar. El dramático desafío que enfrenta el país es precisamente ese criminal préstamo en dólares, con vencimientos impagables, que se tomó a mediados de 2018. El resto de la deuda es un problema serio, pero no es lo que hoy nos lleva al borde del precipicio: lo que nos pone frente a una peligrosa crisis es ese préstamo tomado y otorgado sin responsabilidad para financiar la salida de capitales que ingresaron al país de manera irresponsable.
Los 100.000 millones de dólares en que se incrementó el endeudamiento de 2015 a 2019, que implican un aumento de más del 50% del endeudamiento en dólares, debieron haberse reprogramado en ese momento, nunca afrontarlos con un préstamo de corto plazo, en divisas, con un organismo que no admite quitas ni reprogramaciones. Por otro lado, fue un préstamo que el FMI no podía dar. El programa de ajuste que exigió no planteó evitar la fuga de capitales sino financiarla y era obvio que no iba a haber reservas al momento de los vencimientos.
Financiamiento
Argentina, para generar capacidad de pago, redujo su déficit fiscal en 2021 más de 50% que en 2020: apenas 3% del PBI, que es un nivel inferior al que tienen la gran mayoría de los países del mundo. El problema es que Argentina, por una larga cadena de desastres financieros que implementaron principalmente Martínez de Hoz, Alemann, Cavallo y Macri, ha destruido su acceso al crédito externo y también al mercado de capitales interno. Estas personas se llenaron la boca hablando de la necesidad de “reconstruir la confianza” para estafar con mayor facilidad a los inversores incautos y, sobre todo, al país. En consecuencia, la principal forma que Argentina tiene de financiar su reducido déficit es con emisión: el crédito se cortó totalmente para el país en 2018 y nunca se recuperó.
Ahora se dice que con una emisión inferior a 2% del PBI, necesaria para permitir que la obra pública siga jugando el gigantesco rol dinamizante de toda la actividad productiva que jugó durante el año pasado, se está “empapelando” al país, se están llevando las reservas del Banco Central a 0 y se está yendo al default. Sin embargo, en los últimos dos años, con más emisión se logró, por primera vez en una década, superávit en la cuenta corriente del balance de pagos, que es la única forma seria de ganar capacidad de pago de la deuda externa: el problema del país no es esa emisión sino una deuda absurda.
Siempre debe tenerse en cuenta que el FMI presta a los países para permitirles enfrentar graves crisis externas. No financia inversiones ni mucho menos se ocupa de reconvertir deuda cara en deuda barata. Simplemente es un auxilio para evitar la cesación de pagos, condicionada a severos ajustes que no apuntan al desarrollo económico sino a que el país recupere un excedente fiscal para pagar sus deudas. Pero el préstamo de 2018 agravó sustancialmente la situación.
Renegociación
Son los economistas más payasos de la Argentina los que levantan la voz para insultar a economistas con mayúscula como Joseph Stigliz, los que apoyaron a los modelos económicos que llevaron a los mayores desastres como el derrumbe bancario y el default durante la dictadura militar o el estallido de la convertibilidad a fines del 2001.
Son muy pocos los que ganarían si Argentina sigue los pasos de Grecia, que hoy es un país más endeudado, con más desempleo y con más fuga de cerebros que la Argentina después de una década de aplicar las políticas de altísimo costo social que hoy se quieren imponer en la Argentina. El grueso de los empresarios y los trabajadores se verían afectados.
Por eso el país debería seguir negociando la renegociación de la deuda con el FMI sin abandonar la necesidad de sostener un programa que permita crecer para pagar y no pagar desestructurando toda su economía. La turbulencia en los mercados que se vivirá en esta compleja etapa será, de todas formas, mucho menor que la turbulencia económica, social y política que se viviría de seguir las recetas tradicionales que al FMI, a pesar de lo que muchos esperaban, le cuesta mucho abandonar.
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