Los primeros balances del año y las proyecciones para 2019

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La economía termina el año en franco proceso de recesión y alta inflación. Las perspectivas para el año que viene no son mucho mejores: quizás un poco menos de recesión e inflación, aunque igual serán muy altas.

El mejor indicador de los peligros que enfrenta la coyuntura es la tendencia cada vez más decididamente alcista del riesgo país junto a un mercado bursátil que apenas superó, en moneda corriente, los niveles con los que terminó 2017.

Estos indicadores ponen de manifiesto que peligra el futuro de la solvencia del Estado y también de las empresas. Cada vez son más las grandes y pequeñas empresas que están frente a la necesidad de reestructurar su deuda y cerrar o practicar fuertes ajustes en su estructura. Crece la certidumbre de que el Estado deberá reestructura su deuda en 2020-2021, cuando los vencimientos solamente con el FMI serán de 50 mil millones de dólares.

Desde el ámbito oficial hay satisfacción porque se desacelera la recesión y la inflación. Pero ello no quiere decir de ninguna manera que la crisis tocó fondo y que se está frente a los “brotes verdes”, como insinúan desde la conducción económica. La desaceleración se produce sobre niveles de recesión y de inflación sumamente altos, pero continúa cayendo la actividad económica y los precios siguen avanzando velozmente. Más aún, cabe preguntarse si la sustentabilidad de la tibia mejora va a continuar o se va ver interrumpida por un nuevo agravamiento de la coyuntura.

En este sentido, el ámbito oficial intenta cubrirse con la incertidumbre electoral que podría descomponer el escenario en pocos meses y ello es interpretado como la explicación de los problemas y que los mercados reclamarían la continuidad del programa económico. Pero los mercados reclaman la continuidad del modelo económico no por sus virtudes, sino por sus defectos. No creen que la Argentina recuperará solvencia a través del masivo aumento de las exportaciones asociados a un fuerte crecimiento económico que baje el peso relativo de la deuda frente a la recaudación. Apoyan al modelo porque hoy es muy fácil sacar los capitales del país.

La estrategia oficial se basó en facilitar la salida de capitales para lograr que entren. Pero es obvio que no basta con facilitar la salida para que los capitales entren. Lo principal es que crezca la economía para que mejore la capacidad de repago, se reduzca sustancialmente el desequilibrio externo, y baje drásticamente el déficit fiscal.

Pero la política económica no creó condiciones para el crecimiento al destruir el mercado interno. Acentuó el desequilibrio externo con prolongados períodos de atraso cambiario y absoluta benevolencia para los capitales golondrinas que entran y salen bruscamente dolarizando los elevados intereses ganados. Ahora, que el atraso cambiario desapareció, ya se tomó una deuda externa irresponsable e impagable. En cuanto al déficit fiscal, no sólo se avanzó muy lentamente en reducir el déficit primario sino que, luego de tomar dolorosas medidas para reducirlo, el país se encuentra con un gigantesco déficit asociado al servicio de la deuda y al déficit cuasifiscal, expresado en la carga financiera sobre el Banco Central de las Lebac primero y ahora de las Leliq.

Por eso es muy difícil ser optimista en este escenario. Cabe a las empresas y a las familias buscar adaptarse a un escenario negativo con medidas prudentes e inteligentes que les permitan capear la tempestad apostando a soluciones en el plano microeconómico que mantengan vivas las posibilidades de crecimiento individual.