La columna de Horacio Lachman
El hecho de que en el reciente documento del FMI figure textualmente que la economía argentina va hacia una “competencia de monedas” (o sea, la admisión de otras monedas además del peso como medio de pago para todas las transacciones) confirma que el Gobierno apunta a la dolarización de la economía en el menor plazo que le sea posible.
Es obvio, y el propio presidente Javier Milei lo señaló, que de esa competencia el dólar será vencedor en un corto plazo.
Dolarización
El problema que parece muy difícil de resolver es que, dada la pésima herencia y el retraso cambiario, no hay divisas propias para levantar el cepo, requisito previo para hacer viable una libre circulación del dólar. El peligro es, como muchos advierten, que liberar las transacciones en divisas genere una corrida difícil de enfrentar. Para facilitar la dolarización, el gobierno impulsó la conocida licuadora, llevando muy arriba la inflación y una tasa de interés muy negativa, de forma de desvalorizar el peso.
Pero la pieza que falló para concretar el proyecto es la ausencia de todo apoyo financiero internacional significativo. Por eso, en lugar de licuar y dolarizar, se montó por ahora una precaria estrategia antiinflacionaria, postergando los aumentos tarifarios que se anunciaron y, entre otras medidas restrictivas, la grave postergación de tres mil millones de dólares al sistema privado energético. La decisión de cancelar esa deuda con bonos a 14
años de forma forzosa es, desde ya, totalmente incompatible con un programa de liberalización de la economía que promueva la inversión extranjera. Un default de esa magnitud en un contexto de destrucción del mercado interno y paralización de la obra pública, llevaría a una depresión sin piso.
Financiamiento externo
El problema es que la propia política oficial está destruyendo las fuentes de financiamiento externo hasta un punto peligroso, más allá de que inhibe la dolarización. Y los potenciales prestamistas saben que ese aislamiento coloca en peor posición a aquel que se atreviera a tomar el riesgo. Es obvio que el maltrato a China está afectando la renovación del swap de 5 mil millones, que vence en cuestión de semanas. También parece poco probable que se obtenga un apoyo financiero extraordinario de países árabes, menos justamente de Qatar, con una alineación tan activa con Israel en la guerra en Medio Oriente. Tampoco puede contarse con créditos del BID y otros organismos de fomento, ya que estos dirigen el crédito hacia la obra pública y desarrollos que el gobierno está paralizando.
En cuanto al FMI, es sabido que aunque felicite al gobierno por sobre cumplir las metas, en realidad preferiría que no se sobre cumplieran para darle más viabilidad política al modelo.
Además no está muy de acuerdo con el programa económico. Es partidario de una política ortodoxa con devaluación y tasas positivas de interés. Por último, y principal, se sabe que el FMI está sobreendeudado con Argentina como para seguir comprometiéndose con otra aventura de nuestro país.
Por eso el plan económico se encuentra en una encrucijada y no debe descartarse profundos cambios en su diseño. La insinuada postergación del Pacto de Mayo parece asociada a esa posibilidad.
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