Argentina comenzó el año 2021 mejor de lo que muchos pronosticaban. Con una recuperación lenta de la economía, pero no con el derrumbe que se anticipaba. Con alta inflación, pero sin hiperinflación ni presente ni a la vista. Sin caos social, aun cuando haya un profundo malestar.
Se salió del pozo gigantesco en que se había caído en abril y mayo. Si el PBI se mantuviera congelado en el nivel que alcanzó en diciembre pasado, ya alcanzaría para que a mediados de año el nivel fuera un 10% mayor al de 2020 y para que 2021 muestre un crecimiento cercano al 5%.
La política para enfrentar la pandemia no fue el fracaso que se temía. En el invierno europeo de 2021, la pandemia hizo estragos y, en el verano, contagios y mortalidad cayeron.
En la Argentina, la pandemia arrancó en otoño lentamente y siguió subiendo hasta la primavera. Ahora, aunque nos preocupa la segunda ola, ya estamos muy por debajo de los diez países con mayores contagios por millón de habitante. Y con más muertos por habitante o cerca de nuestro nivel están la mayoría de los países desarrollados con buenos sistemas sanitarios del mundo. Es muy posible que las cifras reales en las regiones pobres de Africa y Asia Central sean mucho peores a las nuestras, aunque no figuran en las estadísticas. La curva de muertes en la Argentina muestra una evolución favorable y la de contagios está muy por debajo del pico de octubre. La vacuna es una realidad, pero aun así el próximo invierno y nuestra segunda ola es impredecible.
Sin duda, el horizonte es muy complejo. Era terriblemente complejo en enero de 2020 y ahora es aún peor con el gigantesco ahogo de la pandemia y las dificultades para elaborar una política económica coherente y sostenible en una situación tan deteriorada.
Argentina, tras una corta desaceleración, volvió a la senda de muy alta inflación de 2019 y el gobierno adecuó la tasa de devaluación a la mayor suba de los precios. En tanto, como se interviene en el mercado de los dólares financieros, la brecha cambiaria se va cerrando. Esto es bueno. Pero la intervención en esos mercados se basa en la venta de bonos del gobierno a precios muy bajos y, de esa forma, los bonos siguen bajando. El riesgo país no para de subir.
Los precios de los granos están aumentando pronunciadamente. Pero, por otra parte, la próxima cosecha está muy afectada en volumen por la sequía. Lo cierto es que el superávit del comercio exterior argentino no alcanza hoy para pagar el déficit por servicios y utilidades.
En este escenario es prácticamente imposible anticipar cómo evolucionará la economía este año. En el horizonte se ven densos nubarrones. La evolución de la pandemia, o quizás las pandemias, son impredecibles. Por otra parte, pronto la incertidumbre electoral comenzará a jugar y la actitud del gobierno y la oposición puede estar influenciada por la campaña.
El gobierno, por su parte, tiene la difícil tarea de encarar una política antiinflacionaria y que permita mejorar los resultados del sector externo. Ello hará posible lograr el necesario acuerdo con el FMI que despeje el horizonte financiero. Pero esa política debe ser compatible con la atención de las necesidades de amplios sectores de la sociedad empobrecidos, lo cual es un condicionante adicional.
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