El año 2019 plantea un gran desafío al colectivo empresarial en su conjunto, del cual el sector asegurador no queda exento. El impacto y el daño reputacional que dejó la denominada “causa de los cuadernos” recuerda la importancia no sólo de hacer las cosas bien, sino de comunicarlas adecuadamente.
Si bien la comunicación por sí sola no genera reputación, sabemos que una vez alcanzada contribuye a su puesta en valor. Tomando palabras de Justo de Villafañe, catedrático español especializado en temas de reputación empresarial, “si una compañía tiene un buen comportamiento y no lo hace saber, no va a perder ese buen comportamiento; pero tampoco va a obtener un mayor retorno económico por ello. Hay un premium Price, que es el retorno de la reputación y se consigue gestionando la comunicación de las fortalezas de la empresa”.
En esta línea de pensamiento, todo aquello que la empresa hace y el valor que aporta al mercado en el que se desempeña, van a determinar tanto su reputación como su imagen. Así, la tarea del equipo encargado de gestionar la comunicación consistirá tanto en ser artífice de la “buena realidad” de la empresa como de establecer una estrategia comunicacional adecuada para lograr que la misma sea percibida por la sociedad.
Entendiendo que el cuidado y la gestión de la reputación es el principal activo que una empresa posee y que ésta será determinante para incrementar su valor de mercado y potenciar los resultados empresariales, resulta imprescindible diseñar y alinear la estrategia de comunicación a la estrategia general de la compañía. De esta manera, el capital reputacional bien comunicado incidirá directamente en el momento en el cual un cliente, al analizar y comparar servicios y coberturas, toma la decisión de elegir una compañía aseguradora frente otra.
Nota escrita por María Laura Leguizamón, directora de Estudio de Comunicación.