La columna de Horacio Lachman.
El año arrancó con expectativas empresarias ampliamente favorables. Mucho más favorables, desde ya, que los resultados concretos que los mismos empresarios están obteniendo hoy.
La crisis de pagos que se enfrenta en franjas representativas del agro son un ejemplo elocuente, la siderometalurgia es otro caso y atrajo cuestionamientos de líderes de la industria. Pero las expectativas acompañan y los bonos y acciones responden como nunca.
Donde la respuesta no es tan clara es en el mercado cambiario. No tanto porque la brecha entre dólares libres y oficiales saltó unos diez pesos. Lo que todos sabemos es que para que no se amplíe más hay un gigantesca y onerosa regulación que explica que las reservas netas sigan siendo negativas y sigan mostrando una tendencia descendente.
Problema cambiario
Un ejemplo del problema cambiario que muestra la economía es que cinco bancos internacionales gigantescos y estrechamente vinculados a la economía argentina tuvieron que hacer una “vaquita” de apenas u$s 1000 millones para darle algo más de pólvora al BCRA. La apuesta es llegar hasta los dólares de la cosecha gruesa y sobretodo el esperado apoyo del FMI, para poder terminar con el cepo y restablecer una relación entre los precios locales y los internacionales más razonable que la actual.
Hoy los dólares se pierden no por la emisión sin respaldo, sino por el atraso cambiario. El temor a que haya que devaluar es un hecho, por eso el dólar presiona para arriba, pero no produce temor a un descarrilamiento del programa económico.
Son muchos los que creen que una apertura del “cepo”, o sea terminar con todo o la mayor parte del control de cambios, no llegaría a provocar un gran efecto inflacionario. Y los demás de hecho apuestan a una deflacion, porque los precios en dólares actuales son demasiado altos. Pero una deflación tiene mayores costos que un acotado salto cambiario y moderadamente inflacionario.
Una suba controlada de precios puede desalentar a inversores (que vienen de ganar mucho, por cierto). Pero una deflación puede profundizar las tendencias recesivas que siguen vivas, llevando a graves problemas de las empresas para afrontar sus obligaciones comerciales y financieras.
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